PARTE II
Habían pasado tres años y
Ángelo, se había estado paseando por el mundo por miedo a confiarse y dejar
pistas a los reyes de la mafia. Los diamantes se convirtieron en una bolsa
llena de euros, que aun despilfarrando no se acababan. Ángelo descubrió que la
vida del fugitivo millonario, no era tan idílica como se mostraba en las
películas, en el fondo deseaba asentarse en un lugar y vivir tranquilo sin
necesidad de mirar a su espalda cada cinco minutos.
En aquellos tres años,
Ángelo había estado investigado; la despedida en aquel aeropuerto de Senegal y
la identidad de la agente especial de la CIA, que terminó confesando llamarse
María, le había dejado una incógnita que no lograba quitarse de la cabeza ¿era
la misma María de la que Don
Melchini, Gasparof y Baltán Zhar le habían hablado? Terminó resultando que si,
todas esas Marías eran una sola.
Con dinero y algunos
contactos era sencillo obtener información valiosa, Ángelo curioso y adicto a
los secretos que pueden abrir puertas, no dudó en hacer unas llamadas con
intención de averiguar que unía a tres reyes de la mafia y una agente de la
CIA.
Descubrió que la dulce y
bella María, al igual que él, había traicionado a los tres reyes de la mafia en
su juventud; engañó al por aquel entonces joven e inexperto Sottocapo[3]
Melchini, ahijado de Don Herontes,
seduciéndole con la única intención de que este traicionara a su tío. Con lo
que María no contaba, era con la sed de ambición de Melchini, que cautivado por
la idea de convertirse en el nuevo capo, no dudó en disparar a bocajarro a Don Herontes. Cuando Melchini se declaró
a María, ella desapareció a los pocos días sin más, quedando como una prometida
huida y no como una novata agente de la CIA.
En el caso de Gasparof,
todas las cartas quedaron sobre la mesa. El ruso también fue incapaz de escapar
a los encantos de María y aunque ella le conquistó, Gasparof se dio cuenta de
que aquel rostro de facciones puras, pero no del todo sinceras, escondían algo.
Dado que los tentáculos del Pakhan se
extendían hasta donde no alcanza la imaginación del pensar más retorcido, el
ruso usó sus influencias para saber más de aquella bella mujer. Terminó
descubriendo que María estaba infiltrada con la sola intención de destapar
todos sus trapos sucios.
Cuando el ruso se disponía a
solucionar el “problema” ya era demasiado tarde, María había aprendido la
lección y oliendo el peligro avisó a los suyos, la CIA irrumpió en la modesta
finca de Gasparof y procedió a su arresto acusándolo de crimen organizado.
Ante el éxito en su misión
de encarcelar a Gasparof, la CIA quiso explotar el potencial de la joven María
destinándola a nuevas misiones encubiertas. Ansiosa por demostrar su valía,
María resultó ser una prometedora agente especial que no paraba de sumar logros
a su expediente, fue así como terminó entrometiéndose en la vida de Baltán
Zhar.
Para el señor de la guerra,
la aparición de aquella mujer fue como algo celestial, un reencuentro con un yo
sensible que había perdido en el pasar de los años. María era toda aquella
dulzura y concupiscencia, que las balas, la sangre y las guerras, habían
sepultado bajo una arena empapada de violencia y odio.
El señor de la guerra solía
aparecer por sorpresa en las pequeñas aldeas y llevarse a todas las niñas que
hubieran cumplido los trece años. Mientras los hombres de Baltán elegían a la
que sería su nueva esposa, María apareció en medio de aquel caos con su cámara
de fotos y su mochila de excursionista, más de treinta subfusiles la
encañonaron en cuestión de segundos obligándola a levantar las manos. María
viajó como prisionera en el camión junto a las niñas secuestradas, fue
interrogada por el mismísimo señor de la guerra, cosa nada habitual, que le
indicó que su plan iba medianamente bien por el momento.
Dijo ser profesora y que
viajaba por el mundo para impartir sus enseñanzas en aldeas donde los libros no
llegaban. Baltán terminó cediendo al sentimiento vociferante de sus entrañas y
le ofreció a María un trato: le perdonaría la vida si se quedaba allí con él
para enseñar a las niñas a ser buenas mujeres para sus hombres.
Baltán se fue enamorando de
María noche a noche y ella lo utilizó para ganar más libertad y hacer sus
averiguaciones, pasó varios meses en la mansión y aunque tenía la información
para la que sus altos mandos la habían enviado, María no quería dejarlo, razón
por lo que todo fue demasiado precipitado.
De repente un día siete
rusos aparcaron a las puertas de la entrada principal, María escuchando tras
una cristalera oyó que venían de parte de Gasparof, temió ser descubierta por
la Bratva y fue consciente de que debía salir de allí. Al igual que su plan saltaba por los aires, María decidió quitarse de en medio fingiendo su propia
muerte; un coche bomba.

En aquella oscuridad
absoluta y con un destino incierto, Ángelo no paraba de preguntarse en manos de
quien había caído. Tras el viaje en coche le subieron a un avión. Los hombres
que le custodiaban evitaban comunicarse entre ellos, lo que le impedía
descubrir por parte de que rey encontraría la muerte.
Al bajar del jet fue
introducido en el asiento trasero de otro coche. El trayecto no duro más de
unos veinte o treinta minutos y cuando el motor se paró y abrieron la puerta,
solo escuchó el silencio y sus pasos sobre un suelo de gravilla. Hacía frío, la
Navidad escapaba por las chimeneas de todas aquellas casas, que ajenas a la
situación de Ángelo se recuperaban de los festejos navideños. El olor a tierra
húmeda y naturaleza, junto a la ausencia de ruido le indicó a Ángelo, que
estuviera donde estuviese, se encontraba lejos de la ciudad.
Le sentaron y ataron a una
silla de metal, tan fría que traspasaba la tela de su ropa y se clavaba en sus
huesos, aun llevaba su veraniego atuendo del clima de Hawái. Forzó la vista
intentando vislumbrar lo que tenía delante, pero aparte de las sombras que
oscilaban frente a él, era incapaz de averiguar quien se había tomado tantas
molestias para secuestrarle.
Cuando un aluvión de golpes
se desató sobre su cuerpo, Ángelo supo que había llegado el momento de rendir
cuentas por alguna de sus muchas traiciones. Entre puñetazo y puñetazo escuchó
el lento caminar de zapatos caros, la hora de plantar cara al pasado estaba a
punto de tener lugar, lo que jamás habría imaginado, es que esa noche pagaría
todas sus deslealtades de un solo plumazo.
La tela que cubría su cabeza
desapareció de un tirón seco, la luz de última hora de la tarde que se filtraba
por las ventanas sin cristales, cegó a Ángelo momentáneamente. Cuando sus
retinas se acostumbraron a la claridad se descubrió en medio de una nave
deshabitada. Alzó el rostro para encontrarse con su destino, sus ojos se
abrieron desorbitados ante la escena que incrédulo estaba presenciando; frente
a él se encontraban Don Melchini,
Gasparof y Baltán Zhar. Los tres reyes de la mafia habían afianzado sus lazos,
para atrapar a su enemigo en común.
Los golpes se sucedían unos
a otros, Ángelo apenas tenía tiempo de experimentar el dolor de uno cuando de
nuevo le era asestado otro, la sangre manaba de su rostro goteando sobre su
camisa hawaiana. Los reyes miraban inmutables, casi con una sonrisa placentera
en sus bocas, estaban disfrutando viendo como la cara de Ángelo se iba
deformando poco a poco.
Colocando un puño americano
en sus dedos, Baltán Zhar se acercó hasta él; aquellos nudillos de hierro
llevaban engarzados los mismos diamantes que en su día, Ángelo le había robado
al señor de la guerra.
Le siguió Gasparof, que con
su inseparable navaja de mariposa en la mano y rasgando la camisa de Ángelo, grabó
con esmero a punta de cuchillo dos
grandes ojos en su pecho. Ángelo había quedado marcado como traidor para el
resto de su vida.
Por último fue Don Melchini quien sacando su H&K encañonó a Ángelo en plena
frente, su hora había llegado, iba a pagar por todas sus deshonrosas.
— Te quise casi como a un
hijo, te ofrecí una vida de lujos, te enseñé un oficio y llené tus bolsillos de
dinero. Suplica. Suplica por el perdón que no mereces…
Incapaz de aceptar que su
camino terminara justo en aquel momento, en aquella nave abandonada en medio de
ninguna parte, Ángelo hizo lo mejor que sabía hacer, salvar su pellejo sin
importar a costa de que o quien.
— No podéis matarme, tengo
algo que deseáis más que mi vida. Puedo ofreceros eso que lleváis buscando
durante años, puedo llevaros hasta María.
Los tres reyes se miraron
entre sí, Gasparof se echó a reír negando con la cabeza, no era la primera vez
que escuchaba la desesperación de un condenado; Melchini se quedó petrificado,
como perdido en algún recuerdo del pasado; Baltán fue el único que al escuchar
aquel nombre sintió como una herida nunca cerrada, comenzaba a sangrar de nuevo
en su interior. Corrió hasta Ángelo con los dientes y los puños apretados y
comenzó a golpearle sin piedad, la cabeza de Ángelo se zarandeaba de un lado
para otro, hasta que finalmente las patas de la silla cedieron a la inercia y
cayó al suelo con ella.
Obedeciendo la orden de
Gasparof dos de sus corpulentos hombres; los mismos que habían secuestrado a
Ángelo, agarraron al señor de la guerra y le retiraron con intención de que se
calmara.
— Habla, que sea rápido y
creíble porque hay una bala con tu nombre —dijo Gasparof, que parecía ser el
único con pensamiento frío en aquel momento.
— Se dónde está escondida,
puedo guiaros hasta ella si a cambio me perdonáis la vida.
— ¡María está muerta! —gritó
Baltán.
— ¿Por qué deberíamos
creerte? No sería la primera vez que nos mientes por salvar el pellejo, rata
—dijo Melchini enfurecido.
— Precisamente por eso, solo
miento por sacar algo a cambio o salvar la vida.
— ¿Dónde está? Llévanos — le
exigió Baltán.
Le colocaron a Ángelo un
collar bastante peculiar, Gasparof llevaba años usándolo; consistía en un
complemento de lo más sofisticado, si por un casual a Ángelo se le pasaba por
la cabeza intentar escapar, el collar le daría una descarga eléctrica suficiente
para frustrar su huida y dejarle K.O.
durante unos diez minutos.
Cuando salieron del edificio
abandonado era noche cerrada, tres todoterreno esperaban con el motor en marcha
justo al lado de la puerta. Los dos matones de Gasparof hicieron avanzar a Ángelo
entre empujones. En el primer coche junto a Ángelo, se introdujo Don Melchini, el segundo fue ocupado por
Baltán Zhar y Gasparof se acomodó en el asiento delantero del último vehículo.
En medio de la oscuridad la luz amarilla intermitente del collar de Ángelo,
parecía una luz de navegación que marcaba el camino a seguir.
Fueron dos horas de trayecto
bastante tranquilas y silenciosas, era un frío mes de enero pero la nieve no
había hecho aparición. Las carreteras secundarias eran como la boca de un lobo
hambriento, que se tragaba las luces de los faros del coche.
— Estamos cerca, tiene que
ser por aquí.
— Más te vale. Aunque
deshacernos de tu cuerpo en estos arcenes será más sencillo, que haber cargado
con él en el maletero hasta cualquier campo y cavar una zanja.
Ángelo esperaba no estar
equivocándose, era imposible que hubiera más de un motel con el mismo nombre,
pero por aquella carretera no se veía ni un solo cartel luminoso que lo
anunciara. Si no aparecía pronto volvería a estar en problemas y quizá, sin
ninguna solución.
Un fugaz destello de luz
parpadeó en el horizonte, estaban cerca. En pocos minutos estaban justo donde
Ángelo dijo que encontrarían a María, frente al motel El Rincón de Belén.
Cuando Ángelo investigó en
el pasado de los tres reyes y el de María, también descubrió que el expediente
de la agente de la CIA aparte de engordar en logros, terminó por mancharse; la
terrible seductora de malhechores finalmente cayó en su propia trampa y se
enamoró perdidamente de uno de sus objetivos.
Dos años después de su
despedida en el aeropuerto de Senegal, María se enfrascó en una nueva misión
encubierta; un narcotraficante colombiano ampliaba las fronteras de su negocio
aliándose con las Tríadas chinas. La
Agencia Central de Inteligencia sospechaba que además de drogas, traficaban con
mujeres.
El apuesto colombiano
resultó ser todo un galán, que sin ningún esfuerzo enamoró a María, hasta tal
punto que esta no dudó en renunciar a su carrera por él. Huyeron para vivir su
amor lejos de todo y de todos, convirtiéndose en dos prófugos.
El romance no duró todo lo
que ambos hubieran deseado, unos meses antes de que el destino de Ángelo se
tiñera de negro, le llegaron noticias de que la Tríada al fin los había encontrado
y aunque María si pudo escapar, el narcotraficante no corrió la misma suerte.
Tras la muerte del
colombiano, María buscó refugio en España y después de hacer un trato a costa
de toda la información que tenía sobre la mafia china, pasó a protección de
testigos bajo el amparo del CNI. Hasta que le encontraran un lugar permanente
donde vivir, pasaría una temporada en aquel motel de carretera.
Creyendo oír el motor de un
coche, José miró nervioso entre las láminas del estor, la ambulancia a la que
había llamado no llegaba y empezaba a perder la paciencia.
— Respira, respira. Así muy
bien mi cielo. No te preocupes todo va a salir bien.
Magda agarraba la mano de
María con fuerza al mismo tiempo que limpiaba el sudor de su frente.
— Creo que vamos a tener que
hacerlo nosotros, José. No podemos esperar más y ya es demasiado tarde para
moverla, iré a por toallas a la recepción. Ven aquí y quédate con ella.
— ¡Magda no me dejes sola!
—dijo María antes de volver a gruñir de dolor.
— No tardaré. José se
quedará contigo, no te preocupes.
Magdalena salió corriendo de
la habitación, estaba aterrada, ni en sus tiempos de mula cuando llevaba el estómago repleto de pequeñas bolsitas llenas
de cocaína desde Colombia a España, había pasado tanto miedo como en ese
preciso momento. De no ser por María aun seguiría con aquella mala vida,
destinada a morir o terminar en la cárcel. Atravesó el aparcamiento a la
carrera sin percatarse de los hombres que bajaban de los tres todoterreno
recién llegados.
Justo cuando salía del
coche, Ángelo escuchó como la voz de su conciencia le recriminaba sus actos, ya
no había vuelta atrás, había vendido el paradero de la mujer que unos años
antes le había cubierto las espaldas, solo por la incapacidad de afrontar que
sus errores le habían alcanzado.
Mientras los tres reyes y
Ángelo esperaban a que los dos matones de Gasparof volvieran con el número de
habitación en la que estaba María, vieron pasar a una mujer que corría con una
pila de toallas en el regazo. Sin querer los cuatro hombres siguieron sus pasos
con la mirada hasta verla desaparecer tras una puerta, de la que salían los
quejidos de otra mujer.
Los gritos fueron a más,
alguien estaba sufriendo un terrible dolor entre aquellas paredes de fino pladur. Ángelo intentaba pensar con
rapidez, al escuchar los desgarradores alaridos había cambiado de idea, quería
solventar su error.
Aprovechando que Don Melchini, Gasparof y Baltán Zhar estaban
pendientes de los matones rusos que regresaban de la recepción, Ángelo echó a
correr sin rumbo hacia las habitaciones.
— ¡María! ¡Huye, María!
¡Están aquí, corre! ¡Marí…
Antes de poder llamarla de
nuevo, Ángelo cayó al suelo y comenzó a convulsionar, su espalda se arqueó en
una curva peligrosamente anormal, mientras una descarga eléctrica recorría su
cuerpo agarrotándole todos los músculos. Gasparof había apretado el botón del
mando que accionaba el collar.
La puerta de la que
provenían los gritos de mujer se abrió, José se asomó con cautela por la
rendija que él mismo había abierto, al ver a los reyes sacó su pistola y empezó
a disparar.
Las balas silbaban cortado
el aire de la noche, los cristales rotos caían al suelo como cortantes estrellas hechas pedazos. Los
casquillos salían despedidos como los embustes de un mentiroso compulsivo, que
pretende atinar en el corazón de quien ya fue advertido de sus tretas.
En medio todo aquel caos de
plomo, Ángelo permanecía desmayado en el suelo. Dentro de la habitación del
motel, María se reponía empuñando el arma que tenía en la mesilla de noche.
Magda en cambio, aun con las manos llenas de sangre, se aferraba al bulto de
toallas mecida por un vaivén impulsado por el pánico.
— Magda debes huir. Sálvate,
vete lejos y no dejes que os encuentren nunca.
— Pero María yo…
— ¡Magda, hazlo! Tienes que
irte o nos mataran a todos.
Levantándose con dificultad
de la cama, María fue hacia la ventana. José disparaba sin descanso, sin mirar,
solo asomando el cañón de la pistola por el marco de la puerta.
Baltán ansioso por ver con
sus propios ojos a María, salió de detrás del coche que le parapetaba y comenzó
a avanzar entre las balas que iban y venían. El primer impacto le alcanzó en el
hombro, pero eso no detuvo al señor de la guerra, que siguió caminando. El
segundo proyectil atravesó la piel de su muslo y aunque eso le frenó unos
segundos, enseguida retomó la marcha.
Con la culata de su arma,
María quitó los restos de cristales rotos de la ventana y empuñándola de nuevo
se preparó para empezar a disparar. En su punto de mira apareció Baltán que
renqueante iba hacia la habitación. No dudó, en su pensamiento solo estaba el
salvar lo único que aún quedaba de un amor arrebatado sin piedad. Cerró el ojo
izquierdo para que su disparo fuera certero y apretó el gatillo. Baltán
echándose las manos al pecho cayó de rodillas al suelo a pocos pasos de Ángelo,
miró hacia la ventana queriendo ver a su verdugo y sonrió al ver, que su deseo
más profundo se cumplía; ver a María, una última vez antes de morir.
Ante la muerte de Baltán
Zhar, Gasparof ordenó a sus hombres que atacaran, pero nada más salir de su
escondite cayeron abatidos por las balas de José y María.
— Si quieres que las cosas
salgan bien, debes hacerlas tú mismo —dijo Gasparof mientras abría la puerta
del copiloto y se introducía dentro del coche.
Arrancó el todoterreno y de
un volantazo enfiló el vehículo hacia la fachada de la habitación. Pisó el
acelerador a fondo y agarrando el volante con fuerza, dejó escapar con un grito
toda la adrenalina que precedía al inminente impacto.
El parachoques atravesó la
puerta llevándose gran parte de la pared, José salió despedido golpeándose
contra la cama. María se hizo un ovillo en la esquina que ocupaba.
Por la ventanilla del
todoterreno asomó el cañón de una Smith
and Wesson que tras un dubitativo balanceo, detonó el proyectil alojado en
la recamara del arma de Gasparof.
Cuando María quiso
reaccionar y disparó su pistola, Gasparof ya había alcanzado a José en pleno
estómago. El ruso murió en el acto al recibir la bala de María, justo en medio de
la frente.
La oscura melodía de muerte
que deja la parca tras su paso por un inesperado terreno de guerra, comenzó a
sonar con su falta de aliento, con ese eco que solo suena en la mente del que
ha sobrevivido, aunque aún no sea consciente de ello.
Casi movidos por el mismo
son de aquel silencio, Don Melchini y
María, se levantaron al unísono. Distintos motivos guiaron sus pasos: ira y
venganza movieron los pies de él; pérdida y culpa hicieron tropezar los de ella
entre los escombros del irremediable desastre.
Mientras María corría a
velar el último exhalo de José, Melchini caminaba en busca de saldar sus
cuentas pendientes.
El capo alzó su arma
encañonando a una doliente María, que sin consuelo lloraba la muerte de su
efímero y guardián amante.
— Te busqué. Moví cielo y
tierra por encontrarte. Maté a todo aquel que creí culpable de tu desaparición y
resulta, que todo era mentira. Solo he amado una vez y desde entonces, nadie ha
vuelto a ocupar este corazón. Lo peor de todo es que aun guardo el anillo, que
en su día compré para hacerte mi mujer.
María dejó que el miedo
bajara su parpados en una ligera caricia de despedida, estaba preparada para
irse, quizá siempre lo estuvo aunque evitara pensar en el final. Dedicó su
último pensamiento al único hombre que había amado y sonrió al sentirse de
nuevo entre sus brazos, su amor no moriría con ella esa noche, al menos
quedaría un testigo para contar su historia y el legado de aquel romance podría
florecer en paz, sin el temor de que los errores de quienes nunca conoció,
oscurecieran su vida condenándole a huir eternamente.
Aceptó su fin sin reproches,
pues sabía que todos y cada uno de sus actos le habían llevado justo hasta
aquel preciso momento. Pero no iba a permitir que de aquella habitación
escapara ni una sola esquirla del odio, que alimentado por las traiciones y las
mentiras, les había llevado hasta toda esa destrucción.
Abrió los ojos para
encontrarse con los de Melchini, el capo acarició el gatillo con la yema de su
dedo índice decidido a terminar con ese pesar, que le había acompañado durante
años.
El primer disparo rompió el
silencio de la noche, el segundo fue como el portazo del que henchido de
orgullo se marcha para no volver.
Cuando Ángelo recobró el
conocimiento se encontró con la inerte mirada de Baltán, que yacía en el suelo
a su lado. Aun aturdido por la descarga eléctrica, se encaminó hacia la
habitación.
Se introdujo en el cuarto
pasando por un pequeño hueco que había entre el todoterreno y la pared. Al
entrar tropezó con el cuerpo sin vida de Don
Melchini, que le hizo caer al suelo de bruces. Mientras se incorporaba escuchó
una respiración agónica.
— ¡María! —dijo gateando
hasta su cuerpo.
Ella le sonrió agradecida de
su presencia, por muy preparado que se este para la muerte, nadie quiere morir
solo.
— Lo siento María, todo es
por mi culpa.
— Cuídalos. Enséñale que la
gente buena existe. No dejes que cometa los mismos errores que nosotros, no
permitas que el odio corra por sus venas. Se su ángel de la guarda…
Los ojos de María se
apagaron como el brillo de esa estrella fugaz, que tras cruzar el cielo se
funde deseando que alguien haya visto pasar su estela de luz.
Siempre había sido un
solitario, pero en ese momento, Ángelo se sintió más solo que nunca. Cogió la
pistola que María tenía en la mano, no se veía capaz de vivir con el recuerdo
de aquella noche atormentándole el resto de sus días.
— ¿María?
La inesperada voz que venia
del fondo de la habitación hizo que Ángelo, llevado por los nervios alzara el
arma dispuesto a disparar. Magdalena con el rostro surcado de lágrimas
permanecía inmóvil mirando el cadáver de José y María.
— ¿Quién eres? ¿Qué llevas
ahí? —dijo Ángelo sin dejar de apuntarle con la pistola.
Magdalena miró con ternura a
la criatura que tenía entre los brazos; el fruto de un amor que fue seccionado por
quien no conoce las locuras que se cometen cuando uno está enamorado.
— Soy Magda y él, JC, la
única existencia de que el romance de María y Santos fue real.
Ángelo se levantó lentamente
comprendiendo las palabras de María y dejó caer el arma al suelo, asumiendo el
propósito que le había sido encomendado. Resarciría todos sus errores dándole
una vida plena aquel niño, que había quedado huérfano de madre por su culpa.
Aquella noche quedó resumida
por la policía, como un ajuste de cuentas. No hubo testigos, ni supervivientes
que aportaran información sobre lo sucedido. Nadie puso especial hincapié en
buscar pruebas. El rincón de Belén
quedó marcado como el lugar donde los tres reyes de la mafia más peligrosos
encontraron la muerte.
Las huellas de Ángelo, Magda
y JC desaparecieron entre los escombros, que sirvieron para construir una nueva
vida lejos de traiciones y mentiras. Aquel final fue el principio de una nueva
historia, quizá con el pasar de los años sea desvelado el paradero de aquel crio,
que nacido entre balas y criado por un ángel traidor y una ex mula, creció
creyendo que un seis de enero tres reyes magos, acudieron a su nacimiento para
agasajarle con pólvora, dinero y diamantes.
©
[3] El sottocapo está al mando de una familia.
Normalmente suele ser el hijo del don u otro familiar y, en caso de que este
muera o lo encarcelen, el subjefe sería el nuevo don.