lunes, 3 de julio de 2017

QUIZÁ MAÑANA



Me cuesta dejar de sonreír cuando le tengo al lado. Hace tiempo que me había prometido no volver a pasar por esto y, mírame, ilusionada como una maldita quinceañera. Todo mi duro esfuerzo tirado a la basura. Tantas horas invertidas en congelar mí corazón y construir una coraza impenetrable, para que él con cuatro sonrisas haya derribado el muro que sepultaba todos mis sentimientos.

No sé cómo he llegado aquí, hasta hace dos días solo meditaba en la siguiente excusa que inventar para ir a verle. Mentiría si no dijera que incluso había pensado en romper el coche con mis propias manos, liarme a palos con la carrocería, con el único fin de destrozarlo y llevarlo al taller para que él me lo arreglara. Sí, empezaba a quedarme sin ideas…

Aunque la verdad sea dicha, tampoco es que supiera aprovechar las oportunidades cuando le tenía delante. El don de la seducción nunca ha sido uno de mis fuertes. Es más, soy verdaderamente patética en ese aspecto.

Mí técnica o, mejor dicho mi falta de ella, consistía en sonreír como una idiota; esconder las manos lejos de su mirada para no delatar mis nervios y lo mejor de todo, abrir la boca para decir estupideces ¿Mi especialidad? Hablar al revés diciendo frases totalmente sin sentido.   

Cuando me someto a su mirada y me regala una sonrisa, inmediatamente me pierdo. Me quedo noqueada por el extraño combate que mi cerebro disputa, saturada entre las mil cosas que me gustaría decirle, pero que quedan enredadas en mi lengua porque el miedo les impide salir de mi boca.

Siento la calidez de su mano en el muslo y el incesante hormigueo de mi estomago me dice que todo esto es real. El coche avanza por la carretera mientras los arboles de ahí fuera son testigos de nuestro paso. Sonrío mirándole de manera furtiva, pasaría horas observándole en ese silencio que me recuerda los besos que me quedan por darle.

Acaricio su nuca con suavidad mientras él conduce hacia la puesta de sol. No importa dónde vamos, tampoco cuanto tardemos en llegar, aunque este viaje fuera eterno no cambiaría el asiento de este coche por ningún otro sitio. Estoy donde quiero estar, donde siempre soñé estar.

El día se hace noche y me enfado con las sombras que me impiden ver su rostro con claridad.  Como si escuchara mis pensamientos, me coge la mano y nuestros dedos se entrelazan. Sus ojos se despegan de la carretera para buscar los míos, y cuando nuestras miradas se encuentran, es como si ya hubiéramos llegado a ese lugar que el destino nos tenía preparado. Una amplia sonrisa se dibuja en su cara contagiando a mis labios, siento que va a decirme algo. Mi corazón palpita frenético ante ese tan esperado te quiero, y de manera involuntaria me acerco más a él.

La luz se hace sobre su rostro y veo como mueve la boca, pero soy incapaz de escuchar su voz. Aprieta con fuerza mi mano a la vez que su sonrisa se apaga, grito su nombre, pero sus ojos ya no me pertenecen, un ensordecedor pitido inunda mis oídos y anula mis palabras.

Atraída por los focos que nos iluminan miro hacia delante,  clavo mis pies en el suelo intentando frenar en vano el impacto contra el camión al que nos dirigimos. Su bocina suena incansable anunciando la inminente colisión, al mismo tiempo que la enorme caja que transporta adelanta la cabina del conductor, y cae deslizándose por el asfalto directa a nosotros. Todo pasa muy rápido. Chispas que saltan; frenos que chirrían; un claxon que rompe el silencio de la noche, y la más absoluta de las oscuridades.

Despierto envuelta en una agobiante sensación de vacío. Siento la espalda entumecida y el latir de un corazón que me retumba en los oídos. En la negrura de la habitación intento recordar cómo he llegado hasta aquí, me incorporo con lentitud susurrando su nombre, nadie contesta. Me siento en la cama y froto mis ojos con fuerza, la claridad se abre paso entre las rendijas de la persiana y la oscuridad se convierte en penumbra permitiéndome intuir lo que me rodea. 

Sonrío asumiendo la realidad y miro la almohada vacía que hay junto a la mía, recordándome que soy la misma cobarde que se acuesta sola cada noche. Tengo todo el día para pensar una nueva excusa, quizá mañana deje de ser un sueño, pero hoy, es otro amanecer más que paso sin él.

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