jueves, 31 de agosto de 2017

POR SIEMPRE MÍO

Han pasado tres años, pero aún así cada día sigo yendo al mismo lugar. Vuelvo a sentarme en ese frío césped y miro tu fotografía, que con el paso del tiempo ha ido perdiendo su color, al igual que mi felicidad perdió el suyo.

Lloro tu ausencia mientras abro la puerta de los recuerdos. Recuerdos escritos en las páginas que forman nuestra historia de amor. Ahora solo me queda volver atrás día tras día. Perderme entre esas hojas que dictan nuestro pasado juntos, y rememorar cada momento en el que fuiste mío.

Nuestro amor era puro, tan apasionado y loco que suscitaba envidias. Todos nos miraban cuando paseábamos por la calle. Los ancianos con ojos nostálgicos, porque les hacíamos recordar sus jóvenes amoríos. Los demás suspiraban deseando amar y ser amados de la misma manera que nos amábamos tú y yo.

Tú iluminabas mis días y eras el bello cielo estrellado de mis noches, a tu lado todo tenía sentido. Me enseñaste lo que era ser feliz desde el primer día que nos conocimos, al igual que en cuanto tú mano cogió la mía, supe en ese instante que jamás nos separaríamos. Pero el destino es tan caprichoso…

Cierro los ojos y mi memoria forma imágenes nítidas. Tanto que vuelvo a sonrojarme de la misma manera que lo hice aquel día, en el que tus brazos me rodeaban, sentía el latir de tu corazón en mi espalda y fue entonces cuando el viento llevó a mis oídos el primer te quiero de tus labios.

A veces al despertar por las mañanas me parece oler el mismo aroma a magnolias, que inundaba mi casa cada vez que tú temprano salías al campo a buscarlas y traías un hermoso ramo para mí. Pero después el aroma se desvanece y solo queda el desagradable olor de la soledad.



Pasó la primavera y después el verano. El invierno se acercó tan sigiloso y veloz que apenas tuve tiempo de darme cuenta. Tu mirada seguía siendo la de siempre al igual que tus besos, pero mi alma empezaba a marchitarse pensando en tu partida.

Antes de marcharte te detuviste frente a mí, tomaste mi cara entre tus manos; acariciaste mis labios con tu pulgar y casi en susurros y muy despacio, me dijiste que me amabas. Me miraste a los ojos y sonreíste con la única intención de darme algo de alivio, pero mis ojos se llenaron de lágrimas y mi boca de silencios. Aún no te habías marchado y mi corazón ya lloraba tu ausencia.

Juntamos nuestros labios en un beso que deseaba que fuera eterno, que no acabara jamás. Quería que te quedaras a mi lado, pero era un beso de adiós, uno triste y doloroso que a mis labios les supo amargo. Sin poder evitarlo me eché a llorar en tus brazos, amarrándome tan fuerte a ti que apenas podía respirar. Meciste mi pena con amor y entereza, mientras mis lágrimas mojaban tu hombro. Pero entonces un pitido procedente del tren hizo que nuestro adiós fuera definitivo.

Todo mi ser se negaba a despedirse, temblaba de pies a cabeza como una niña aterrorizada entre los brazos de su madre, que la consuela después de un mal sueño. En cambio tu mirada era serena, tranquila. Con mucha delicadeza bajaste tu mano por mi brazo prácticamente acariciándolo con suma dulzura, hasta llegar a una mano temblorosa que ansiaba el contacto de tu piel.

Sostenías mi mano sobre la tuya y con la otra buscaste algo en tu bolsillo, para después dejarlo lentamente en mi palma. Cerraste poco a poco mis dedos hasta ocultarlo por completo y como si quisieras evitar que escapara, encerraste mi puño entre tus manos. Me regalaste la que sería la última sonrisa que estos ojos verían y besaste los labios que aún hoy siguen recordando tu sabor.

Me quedé allí de pie, como anclada en aquel suelo, mirando como el tren se alejaba hasta desaparecer en el horizonte. Las lágrimas resbalaban por mis mejillas hasta el precipicio de la barbilla, para después inmolarse en caída libre contra el suelo. Por un momento fantaseé y decidí que todo era tan solo una pesadilla, que si esperaba un minuto más despertaría, pero…no sucedió.

Sin apartar la vista de esas vías que te alejaban de mí, sentí como las uñas se hundían en la piel del puño que tú cerraste y que con tanta fuerza yo apreté. Cerré los ojos y me dejé ir por un amargo suspiro, al abrirlos de nuevo descubrí lo que tú guardaste entre mis dedos, una alianza de plata con un grabado que decía: «Por siempre tuyo».

Durante los dos primeros meses nos escribimos a diario. Ansiaba la llegada del cartero cada mañana, para poder perderme en cada una de las palabras que me enviabas. Leyendo sonreía, me entristecía, para después romper a reír a carcajadas y de repente volver al llanto desconsolado. Me emocionaban de la misma manera aún leyéndolas mil veces en un mismo día. Imaginaba tu voz mientras las leía, y era como si de verdad estuvieras a mi lado, contándome todas esas cosas que te habían sucedido.

Al tercer mes yo te seguía escribiendo cada día, en cambio tú solo lo hacías una vez por semana y nunca el mismo día. Así es que empecé a enloquecer. Esperaba cada mañana junto al buzón, deseando que el cartero trajera algo para mí. Pero la mayoría de las veces solo me llegaba desilusión y tristeza. Algo en mí moría al pensar sin querer que te estabas olvidando de mí. Todas las noches lloraba maldiciendo la distancia que nos separaba y me dormía aferrada a la prueba de amor que vestía mi mano y que decía que eras mío.

Pasado un tiempo me sumí en la oscuridad y el llanto, mi corazón dejó de latir en el mismo instante que tú dejaste de escribirme. Ya no obtenía respuesta a mis cartas. La incertidumbre secaba mis venas y envejecía mi rostro, paseaba por la noche oscura y el viento me traía los murmullos cotillos de los vecinos. Perdida y sin rumbo vagaba solitaria en busca de respuestas que jamás llegaban. Pedía a gritos a la muerte que viniera a por mí. Sin ti no había vida, no quería vivir...

Ya no me quedaban lágrimas para llorar tu ausencia, pero a cada segundo seguías en mi pensamiento, quería odiarte con todas mis fuerzas, o quizás, olvidarte daría alivio a mi alma. Olvidarte. Cómo podría hacer tal cosa, si lo que deseaba era volver a tenerte entre mis brazos, besar tus labios, aunque solo fuera una vez más.

Aunque era doloroso el que no me respondieras, seguí escribiéndote. Pidiendo una simple explicación que al menos enjuagara mis heridas, que me ayudara a comprender el por qué de tu silencio.

Al fin llegó. Maldigo ese día y maldigo tu respuesta, pues más que ayudarme a comprender me desgarró como un zarpazo el corazón. Toda la esperanza murió con aquella carta en la que no solo te despedías de mí, sino que cruelmente me anunciabas el fin de nuestro amor, ya que decías haber encontrado a otra mujer para llenar tus duros días.

Llegué a entender que ya no me amaras, por doloroso que fuera. Pero necesitaba saber de ti, saber que estabas bien y supongo que quizás también quería una explicación. Pero quería escucharla de tus labios, que me miraras a los ojos y me dijeras que ya no me amabas y que eras feliz con esa otra mujer.

Aún sin saber de ti después de tantos meses, sabía exactamente dónde encontrarte; en alguno de los vagones de ese tren que regresaba del frente. Estaba dispuesta a buscarte, aunque ello supusiera tener que verte en brazos de otra, esa otra...

Me armé de valor, fui a esa estación donde nueve meses atrás tuve que decirte adiós, aunque sin saber que sería para siempre. Allí, de pie, miraba ansiosa como uno a uno los soldados bajaban del tren. A mí alrededor oía risas, llantos de alegría, de felicidad; porque los seres amados regresaban a sus casas, con sus familias y junto a sus mujeres. Esperé y esperé. Todo el mundo abandonaba el andén, ya no quedaba nadie por bajar y tú aún no habías aparecido. Notaba el temblor de mis piernas y estrujaba mis manos con nerviosismo, mi corazón que llevaba meses muerto latía agitado, tan excitado que retumbaba por todo mi cuerpo. Al comprender que no habías vuelto, de mis ojos volvieron a brotar amargas lágrimas que como ácido quemaban mi rostro, sentí una fuerte punzada en el pecho que me dejó sin respiración y me hizo caer al suelo. Oculté mi llanto desconsolado tras mis manos y me dejé llevar por el dolor.

De repente sentí como una mano se deslizaba suavemente sobre mi hombro y una voz en susurro pronunció mi nombre. Lentamente me asomé al borde de mis dedos y frente a mí encontré a un hombre de uniforme que nunca en mi vida había visto. Su semblante era serio, casi tan triste como el mío, sus ojos contenían tímidas lágrimas que se esforzaban por no salir, y de nuevo volvió a decir mi nombre. Asentí con la cabeza ya que las palabras morían en mi llanto. Retirando su mirada de mí y clavándola en el suelo, se llevó una mano al bolsillo de la chaqueta y de ella sacó un sobre doblado, ennegrecido. Me agarró ambas manos y lo depositó entre ellas apretándolas con fuerza, me miró fijamente a los ojos y me dijo: «Él me dijo que estarías hoy aquí esperándole».

Después simplemente se levantó. Se quedó de pie frente a mí unos minutos y tal y como apareció, se esfumó. Me quedé allí arrodillada en el suelo, mirando fijamente aquella carta sin saber qué hacer. Debía abrirla, necesitaba hacerlo, pero me aterrorizaba pensar que era lo que decía. Muy despacio la desdoblé, ni siquiera estaba cerrada, el sobre no tenía nada escrito. Levanté la solapa y saqué la carta. Al desplegarla vi que la tinta de algunas palabras estaba corrida y que, al igual que el sobre, estaba ennegrecida. Parecía haber sido doblada y desdoblada muchas veces. Sequé las lágrimas de mi rostro y me dispuse a perderme entre aquellas palabras que provenían de ti.




Amada mía.

Te escribo esta carta con la única intención de que me perdones. Siento si por mi culpa sufriste, pero quiero que sepas que mentí. Jamás, ni por un solo instante, he dejado de amarte. Y te aseguro que jamás dejaré de hacerlo. Dudo de si esta carta llegará a tus manos, pero créeme si te digo que deseo con todas mis fuerzas que así sea, ya que posiblemente ésta sea la última que te escriba.
Pensarte me mantiene vivo, pero tomé la decisión de que tú me odiaras y me dejaras en el olvido, para que quizás así pudieras seguir adelante y dejaras de pensar en mí. Solo las estrellas saben cuánto llore por aquella maldita decisión.
Nunca me perdonaré el haberte dicho que ya no te amaba, porque había encontrado un nuevo amor. Todo era mentira, me es imposible amar a alguien que no seas tú, amor mío. La distancia que nos separa es mucha y muy dura, el no saber si regresaré me hace odiarme y pienso que es egoísta que llores por mí. Solo por esa razón mentí, porque sabía que si te contaba la verdad no te bastaría para renunciar a nuestro amor.
La sangre y el dolor me rodea cada día, y son muchas las veces que oigo a la muerte susurrarme al oído. Recordar el tacto sedoso de tus labios me da fuerzas para enfrentarme a ella y a todo este sufrimiento. Quiero que sepas que mi amor por ti no tiene ni tendrá límites jamás, y ya sea en esta vida o en la otra, mi corazón solo te pertenecerá a ti. Mi gran amor, mi único amor.
Supongo que cuando leas esta carta ya será demasiado tarde. Aún así deseo que al seguir tu camino sin mí hayas encontrado la más absoluta felicidad. Sé feliz amor mío, pero por favor, guarda en ti el recuerdo, por pequeño que sea, de este pobre hombre que te amó con todo su ser y por necio, te perdió.


Por siempre tuyo, tú soldado Toledano.


  
Desde ese día hasta hoy sé que me amabas. Llevaste esa carta contigo hasta tu último aliento. La guerra te llevó a la muerte y tu muerte me mató a mí en vida, por eso desde hace tres años vuelvo a este mismo lugar. Vuelvo a sentarme sobre este frío césped y miro tu fotografía, ya descolorida, mientras lloro recordándote, reviviendo cada una de las caricias y miradas que me diste.

Sé que nuestro amor será eterno, porque nuestro destino es estar por siempre juntos y hasta que ese día llegue, seguiré viniendo aquí a recoger las flores marchitas de tu eterna morada de mármol. Vendré a llorarte y a traerte frescas magnolias del mismo campo que tú las cogías para mí, hasta que la caprichosa muerte decida por fin llevarme de nuevo a tu lado, mi tan amado soldado Toledano.

©





 Quería compartir con vosotros este relato escrito hace mucho tiempo. Gracias a él unos años después de escribirlo y olvidarlo en un cajón, se me abrió una puerta maravillosa que no solo espero que nunca se cierre, sino que además sea la primera de muchas otras. 
Saludos a todos los que me seguís y a los que simplemente os pasáis a leerme, gracias de corazón. Espero que os guste, Por siempre mío es un relato muy especial para mí.
Prometo cosas nuevas pronto.






viernes, 18 de agosto de 2017

RECUERDOS

                 
           ¿Recuerdas cuando solo éramos tú y yo? Cuando el enfadarse era un juego de niños, que buscaban la reconciliación bajo las sábanas. Cuando perderse era encontrarse en los brazos del otro. De los despertares entre café, besos y tostadas.
            De los revolcones por la playa, ante la atenta mirada de todo el mundo. Y como después entre caricias y olas nos quitábamos la arena. ¿Y los atardeceres? ¿Recuerdas cuando nos bañábamos bajo ese cielo anaranjado, que con su reflejo convertía el agua en lava haciéndonos arder apasionadamente?
            ¿Dime amor, lo recuerdas?
            RPorque ahora que vago sin rumbo por la orilla de ese mar, los recuerdos son lo único que me hacen seguir andando. Porque en mis mañanas ya solo hay café y melancolía. Porque las puestas de sol me traen imágenes de aquel pasado juntos, de aquel amor que murió con el verano y, me dejó en este eterno invierno.

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