Han pasado tres años, pero aún así cada día sigo yendo al mismo lugar.
Vuelvo a sentarme en ese frío césped y miro tu fotografía, que con el paso del
tiempo ha ido perdiendo su color, al igual que mi felicidad perdió el suyo.
Lloro tu ausencia mientras abro la puerta de los recuerdos. Recuerdos
escritos en las páginas que forman nuestra historia de amor. Ahora solo me queda
volver atrás día tras día. Perderme entre esas hojas que dictan nuestro pasado
juntos, y rememorar cada momento en el que fuiste mío.
Nuestro amor era puro, tan apasionado y loco que suscitaba envidias.
Todos nos miraban cuando paseábamos por la calle. Los ancianos con ojos nostálgicos,
porque les hacíamos recordar sus jóvenes amoríos. Los demás suspiraban deseando
amar y ser amados de la misma manera que nos amábamos tú y yo.
Tú iluminabas mis días y eras el bello cielo estrellado de mis noches,
a tu lado todo tenía sentido. Me enseñaste lo que era ser feliz desde el primer
día que nos conocimos, al igual que en cuanto tú mano cogió la mía, supe en ese
instante que jamás nos separaríamos. Pero el destino es tan caprichoso…
Cierro los ojos y mi memoria forma imágenes nítidas. Tanto que vuelvo a
sonrojarme de la misma manera que lo hice aquel día, en el que tus brazos me
rodeaban, sentía el latir de tu corazón en mi espalda y fue entonces cuando el
viento llevó a mis oídos el primer te quiero de tus labios.
A veces al despertar por las mañanas me parece oler el mismo aroma a
magnolias, que inundaba mi casa cada vez que tú temprano salías al campo a
buscarlas y traías un hermoso ramo para mí. Pero después el aroma se desvanece
y solo queda el desagradable olor de la soledad.
Pasó la primavera y después el verano. El invierno se acercó tan
sigiloso y veloz que apenas tuve tiempo de darme cuenta. Tu mirada seguía
siendo la de siempre al igual que tus besos, pero mi alma empezaba a
marchitarse pensando en tu partida.
Antes de marcharte te detuviste frente a mí, tomaste mi cara entre tus
manos; acariciaste mis labios con tu pulgar y casi en susurros y muy despacio,
me dijiste que me amabas. Me miraste a los ojos y sonreíste con la única
intención de darme algo de alivio, pero mis ojos se llenaron de lágrimas y mi
boca de silencios. Aún no te habías marchado y mi corazón ya lloraba tu
ausencia.
Juntamos nuestros labios en un beso que deseaba que fuera eterno, que
no acabara jamás. Quería que te quedaras a mi lado, pero era un beso de adiós,
uno triste y doloroso que a mis labios les supo amargo. Sin poder evitarlo me
eché a llorar en tus brazos, amarrándome tan fuerte a ti que apenas podía
respirar. Meciste mi pena con amor y entereza, mientras mis lágrimas mojaban tu
hombro. Pero entonces un pitido procedente del tren hizo que nuestro adiós
fuera definitivo.
Todo mi ser se negaba a despedirse, temblaba de pies a cabeza como una
niña aterrorizada entre los brazos de su madre, que la consuela después de un
mal sueño. En cambio tu mirada era serena, tranquila. Con mucha delicadeza
bajaste tu mano por mi brazo prácticamente acariciándolo con suma dulzura,
hasta llegar a una mano temblorosa que ansiaba el contacto de tu piel.
Sostenías mi mano sobre la tuya y con la otra buscaste algo en tu
bolsillo, para después dejarlo lentamente en mi palma. Cerraste poco a poco mis
dedos hasta ocultarlo por completo y como si quisieras evitar que escapara,
encerraste mi puño entre tus manos. Me regalaste la que sería la última sonrisa
que estos ojos verían y besaste los labios que aún hoy siguen recordando tu
sabor.
Me quedé allí de pie, como anclada en aquel suelo, mirando como el tren
se alejaba hasta desaparecer en el horizonte. Las lágrimas resbalaban por mis
mejillas hasta el precipicio de la barbilla, para después inmolarse en caída
libre contra el suelo. Por un momento fantaseé y decidí que todo era tan solo
una pesadilla, que si esperaba un minuto más despertaría, pero…no sucedió.
Sin apartar la vista de esas vías que te alejaban de mí, sentí como las
uñas se hundían en la piel del puño que tú cerraste y que con tanta fuerza yo
apreté. Cerré los ojos y me dejé ir por un amargo suspiro, al abrirlos de nuevo
descubrí lo que tú guardaste entre mis dedos, una alianza de plata con un
grabado que decía: «Por siempre tuyo».
Durante los dos primeros meses nos escribimos a diario. Ansiaba la
llegada del cartero cada mañana, para poder perderme en cada una de las
palabras que me enviabas. Leyendo sonreía, me entristecía, para después romper
a reír a carcajadas y de repente volver al llanto desconsolado. Me emocionaban
de la misma manera aún leyéndolas mil veces en un mismo día. Imaginaba tu voz
mientras las leía, y era como si de verdad estuvieras a mi lado, contándome
todas esas cosas que te habían sucedido.
Al tercer mes yo te seguía escribiendo cada día, en cambio tú solo lo
hacías una vez por semana y nunca el mismo día. Así es que empecé a enloquecer.
Esperaba cada mañana junto al buzón, deseando que el cartero trajera algo para
mí. Pero la mayoría de las veces solo me llegaba desilusión y tristeza. Algo en
mí moría al pensar sin querer que te estabas olvidando de mí. Todas las noches
lloraba maldiciendo la distancia que nos separaba y me dormía aferrada a la
prueba de amor que vestía mi mano y que decía que eras mío.
Pasado un tiempo me sumí en la oscuridad y el llanto, mi corazón dejó
de latir en el mismo instante que tú dejaste de escribirme. Ya no obtenía
respuesta a mis cartas. La incertidumbre secaba mis venas y envejecía mi
rostro, paseaba por la noche oscura y el viento me traía los murmullos cotillos
de los vecinos. Perdida y sin rumbo vagaba solitaria en busca de respuestas que
jamás llegaban. Pedía a gritos a la muerte que viniera a por mí. Sin ti no
había vida, no quería vivir...
Ya no me quedaban lágrimas para llorar tu ausencia, pero a cada segundo
seguías en mi pensamiento, quería odiarte con todas mis fuerzas, o quizás,
olvidarte daría alivio a mi alma. Olvidarte. Cómo podría hacer tal cosa, si lo
que deseaba era volver a tenerte entre mis brazos, besar tus labios, aunque
solo fuera una vez más.
Aunque era doloroso el que no me respondieras, seguí escribiéndote.
Pidiendo una simple explicación que al menos enjuagara mis heridas, que me
ayudara a comprender el por qué de tu silencio.
Al fin llegó. Maldigo ese día y maldigo tu respuesta, pues más que
ayudarme a comprender me desgarró como un zarpazo el corazón. Toda la esperanza
murió con aquella carta en la que no solo te despedías de mí, sino que
cruelmente me anunciabas el fin de nuestro amor, ya que decías haber encontrado
a otra mujer para llenar tus duros días.
Llegué a entender que ya no me amaras, por doloroso que fuera. Pero
necesitaba saber de ti, saber que estabas bien y supongo que quizás también
quería una explicación. Pero quería escucharla de tus labios, que me miraras a
los ojos y me dijeras que ya no me amabas y que eras feliz con esa otra mujer.
Aún sin saber de ti después de tantos meses, sabía exactamente dónde
encontrarte; en alguno de los vagones de ese tren que regresaba del frente.
Estaba dispuesta a buscarte, aunque ello supusiera tener que verte en brazos de
otra, esa otra...
Me armé de valor, fui a esa estación donde nueve meses atrás tuve que
decirte adiós, aunque sin saber que sería para siempre. Allí, de pie, miraba
ansiosa como uno a uno los soldados bajaban del tren. A mí alrededor oía risas,
llantos de alegría, de felicidad; porque los seres amados regresaban a sus
casas, con sus familias y junto a sus mujeres. Esperé y esperé. Todo el mundo
abandonaba el andén, ya no quedaba nadie por bajar y tú aún no habías
aparecido. Notaba el temblor de mis piernas y estrujaba mis manos con
nerviosismo, mi corazón que llevaba meses muerto latía agitado, tan excitado
que retumbaba por todo mi cuerpo. Al comprender que no habías vuelto, de mis
ojos volvieron a brotar amargas lágrimas que como ácido quemaban mi rostro,
sentí una fuerte punzada en el pecho que me dejó sin respiración y me hizo caer
al suelo. Oculté mi llanto desconsolado tras mis manos y me dejé llevar por el
dolor.
De repente sentí como una mano se deslizaba suavemente sobre mi hombro
y una voz en susurro pronunció mi nombre. Lentamente me asomé al borde de mis
dedos y frente a mí encontré a un hombre de uniforme que nunca en mi vida había
visto. Su semblante era serio, casi tan triste como el mío, sus ojos contenían
tímidas lágrimas que se esforzaban por no salir, y de nuevo volvió a decir mi
nombre. Asentí con la cabeza ya que las palabras morían en mi llanto. Retirando
su mirada de mí y clavándola en el suelo, se llevó una mano al bolsillo de la
chaqueta y de ella sacó un sobre doblado, ennegrecido. Me agarró ambas manos y
lo depositó entre ellas apretándolas con fuerza, me miró fijamente a los ojos y
me dijo: «Él me dijo que estarías hoy aquí esperándole».
Después simplemente se levantó. Se quedó de pie frente a mí unos
minutos y tal y como apareció, se esfumó. Me quedé allí arrodillada en el
suelo, mirando fijamente aquella carta sin saber qué hacer. Debía abrirla,
necesitaba hacerlo, pero me aterrorizaba pensar que era lo que decía. Muy
despacio la desdoblé, ni siquiera estaba cerrada, el sobre no tenía nada
escrito. Levanté la solapa y saqué la carta. Al desplegarla vi que la tinta de
algunas palabras estaba corrida y que, al igual que el sobre, estaba
ennegrecida. Parecía haber sido doblada y desdoblada muchas veces. Sequé las
lágrimas de mi rostro y me dispuse a perderme entre aquellas palabras que
provenían de ti.
Amada mía.
Te escribo esta carta con la única intención
de que me perdones. Siento si por mi culpa sufriste, pero quiero que sepas que
mentí. Jamás, ni por un solo instante, he dejado de amarte. Y te aseguro que
jamás dejaré de hacerlo. Dudo de si esta carta llegará a tus manos, pero créeme
si te digo que deseo con todas mis fuerzas que así sea, ya que posiblemente ésta
sea la última que te escriba.
Pensarte me mantiene vivo, pero tomé la
decisión de que tú me odiaras y me dejaras en el olvido, para que quizás así
pudieras seguir adelante y dejaras de pensar en mí. Solo las estrellas saben
cuánto llore por aquella maldita decisión.
Nunca me perdonaré el haberte dicho que ya no
te amaba, porque había encontrado un nuevo amor. Todo era mentira, me es
imposible amar a alguien que no seas tú, amor mío. La distancia que nos separa
es mucha y muy dura, el no saber si regresaré me hace odiarme y pienso que es egoísta
que llores por mí. Solo por esa razón mentí, porque sabía que si te contaba la
verdad no te bastaría para renunciar a nuestro amor.
La sangre y el dolor me rodea cada día, y son
muchas las veces que oigo a la muerte susurrarme al oído. Recordar el tacto
sedoso de tus labios me da fuerzas para enfrentarme a ella y a todo este
sufrimiento. Quiero que sepas que mi amor por ti no tiene ni tendrá límites
jamás, y ya sea en esta vida o en la otra, mi corazón solo te pertenecerá a ti.
Mi gran amor, mi único amor.
Supongo que cuando leas esta carta ya será
demasiado tarde. Aún así deseo que al seguir tu camino sin mí hayas encontrado
la más absoluta felicidad. Sé feliz amor mío, pero por favor, guarda en ti el
recuerdo, por pequeño que sea, de este pobre hombre que te amó con todo su ser
y por necio, te perdió.
Por siempre tuyo, tú soldado Toledano.
Desde ese día hasta hoy sé que me amabas. Llevaste esa carta contigo
hasta tu último aliento. La guerra te llevó a la muerte y tu muerte me mató a
mí en vida, por eso desde hace tres años vuelvo a este mismo lugar. Vuelvo a
sentarme sobre este frío césped y miro tu fotografía, ya descolorida, mientras
lloro recordándote, reviviendo cada una de las caricias y miradas que me diste.
Sé que nuestro amor será eterno, porque nuestro destino es estar por
siempre juntos y hasta que ese día llegue, seguiré viniendo aquí a recoger las
flores marchitas de tu eterna morada de mármol. Vendré a llorarte y a traerte
frescas magnolias del mismo campo que tú las cogías para mí, hasta que la
caprichosa muerte decida por fin llevarme de nuevo a tu lado, mi tan amado
soldado Toledano.
©
Quería
compartir con vosotros este relato escrito hace mucho tiempo. Gracias a
él unos años después de escribirlo y olvidarlo en un cajón, se me abrió
una puerta maravillosa que no solo espero que nunca se cierre, sino que
además sea la primera de muchas otras.
Saludos
a todos los que me seguís y a los que simplemente os pasáis a leerme,
gracias de corazón. Espero que os guste, Por siempre mío es un relato
muy especial para mí.
Prometo cosas nuevas pronto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario