Al bajar del taxi y recoger
su pequeño petate del maletero, se quedó allí parado. Frente a él, flotando
sobre las aguas del puerto de Valencia vio el gran barco. Estudió
minuciosamente cada punto de aquel destartalado navío. La pintura desconchada y
el óxido le daban un aspecto tétrico, que hacía difícil verlo como el barco de
cruceros que fue en un pasado.
Buscó en su chaqueta la
invitación que pocos días antes recibió por correo. No necesitaba leerla, había
memorizado cada una de las palabras que contenía. Pero en cambio, clavó sus
ojos en aquel nombre que firmaba la tarjeta. Ni siquiera la base de datos del
CNI; de la que abusaba gracias a su puesto de agente especial en operaciones de
infiltración y espionaje, le había podido proporcionar información sobre la
mujer que se escondía tras aquella inquietante invitación.
Apretó los labios con fuerza
preguntándose una vez más quién podría ser la misteriosa anfitriona llamada
Tesa, que le invitaba a cenar en aguas del Mediterráneo.
Se agachó fingiendo que se
ataba el cordón del zapato, mientras disimuladamente oteaba a su alrededor y
palpaba con sus dedos la cartuchera del pequeño revólver del veintidós, oculto
bajo su pantalón.
Cruzó la pasarela con paso
firme y se adentró en las entrañas del navío. Por un momento se perdió en la
inmensidad de la estancia que se abría ante él; sus ojos se enredaron entre los
cristales de las grandes lámparas que colgaban del techo, la lujosa decoración
con acabados dorados y las paredes repletas de ostentosos cuadros. Todo aquello
distaba mucho del destartalado aspecto que lucía su exterior.
Estaba tan absorto en lo que
veía, que no reparo en la presencia de los dos pasajeros que había a pocos
metros de él.
— ¡Dios santo! Espero que el
artífice de semejante monstruosidad, esté preso por este atentado contra el
buen gusto ¡que espanto!.
—Vera señorita, lo que hace
bello este lugar es su oscura y misteriosa historia. Rece por poder contar lo
que ahora ven sus ojos. Hasta el momento, nadie antes volvió a tierra después
de zarpar en él.
Aquella cercana conversación
le devolvió al suelo flotante que pisaban sus pies.
Siguió los pasos de la
extraña pareja hasta el gran comedor. Rápidamente contó las catorce sillas que
rodeaban la extensa mesa rectangular y se percató de que sobre cada plato,
descansaban unas pequeñas placas en las que estaban grabados los nombres de
cada comensal. Con paso lento bordeó la mesa buscando su sitio.
Sentada frente a él encontró
a Ludovica, la mujer que aún seguía "halagando" la decoración que la
rodeaba. Al otro lado de la mesa estaba Saúl, su compañero de conversación.
El barco había zarpado de
puerto hacía rato y la cena avanzaba tranquila. Las conversaciones banales
llenaban la espera entre plato y plato. Garcés se mantenía en silencio,
observando y escuchando, mientras intentaba buscar una conexión entre aquellos
dispares extraños. ¿Qué hacía allí una niña de doce años, o la atractiva
azafata con escote de vértigo, que le había sonreído antes de sentarse a su
lado? Nada tenía sentido y lo único que
quería era saborear el whisky que pensaba pedir tras el postre.
Llamó al anciano camarero,
pero cuando este estaba próximo a él, un fuerte estruendo hizo retumbar cada
flotante rincón de la nave. Platos, cubiertos y copas repiquetearon sobre la
mesa con vida propia. La lámpara que pendía del lujoso techo, se balanceó
amenazante sobre sus cabezas y sintieron como un golpe seco empujaba sus
cuerpos. Después, el silencio…
—¡El mal está aquí! ¡El mal
nos rodea, viene a por todos nosotros!
La sexagenaria vidente
comenzó a gritar moviendo los brazos enloquecida.
El agonizante aullido de la
estructura metálica del barco, parecía el terrorífico lamento de un alma
condenada. Los ruidos comenzaron a sucederse por todas partes, avivando el
pánico entre todos los presentes en la sala. Ludovica salió corriendo del
comedor, Garcés instintivamente desenfundó su arma para sorpresa de los
demás. Llegó a la escaleras justo en el
momento en el que Ludovica rodaba por ellas, sus gritos cesaron en el instante
en que su cabeza chocó contra uno de los escalones, quebrando su cuello con un
chasquido mortífero.
Una sombra cruzó cerca del
inerte cuerpo de la decoradora, haciendo que los radares de alerta del espía
saltaran por completo. Tenía que sacar a todos de aquel lugar.
©
Puedes encontar este relato completo en mi libro El Escondite de las sombras
(Príximamente)
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