Cuando aquel viejo libro
cayó en sus manos, pensó que era una señal. La desesperación le había llevado a
rebuscar y experimentar entre centenares de ritos, hechizos y conjuros
ancestrales. Por el momento ninguno había tenido éxito, y ya ni siquiera
obtenía respuesta a las preguntas que le formulaba al desgastado tablero de
madera.
Decidido a seguir cada paso
que dictaban las ajadas páginas del libro, se montó en su coche sin un destino
del todo claro. Condujo por la oscuridad de la noche, adentrándose en la
negrura de los intrincados caminos de tierra que daban a la nada. Y allí, en
medio de ninguna parte detuvo el coche.

Esperanzado de que
funcionara, se arrodilló en el suelo y sacó una caja metálica del bolsillo. Ojeo
una última vez su interior asegurándose de que contenía una foto suya de carnet
y un mechón de su pelo.
Con las manos cavó un
pequeño agujero en la tierra y enterró la cajita en él. Después con dedos
temblorosos abrió la navaja y con una lacerante caricia de su hoja, dejó que
esta cortara la palma de su mano. Colocó el puño por encima de la arena
removida y con la yema de los dedos apretó con fuerza el corte. Un hilo de
sangre se derramó sobre la tierra, la cual aceptó con rapidez el rojo elixir de
la vida.
Miraba al suelo con recelo
dudando de haber seguido los pasos con exactitud, cuando a su espalda comenzó a
sonar un teléfono. Se levantó renqueante, casi a punto de caer de bruces al
suelo. Con perplejidad escrutó aquella cabina que sin lugar a dudas hace unos
minutos no estaba allí.
Con paso lento se aproximó
hasta ella. Alzó la mano para empujar la gruesa hoja de cristal, pero antes de
llegar a tocarla, esta se abrió sola. Se adentró en la cabina y antes de coger
el auricular miró hacia los lados. La oscuridad de la noche aliándose con la
tenue luz de la rectangular urna, convirtió los cristales en espejos que
reflejaron su asustado rostro.
Al descolgar escuchó unos
estridentes chirridos. Con temor se acercó el auricular al oído.
—¿Diga?
—Dime Allan ¿Cuál es tu
mayor deseo? ¿Lo que más deseas en el mundo? Pídeme lo que quieras.
La profunda voz al otro lado
del teléfono le hizo sentir un hormigueo en la nuca.
—Quiero…quiero volver a ver
a mi esposa.
Unos delicados golpes en el
cristal hicieron que se diera la vuelta. Frente a él, nacida de la nada estaba
ella. Dejando caer el auricular se precipitó a la puerta, pero esta no se abría.
Empujó, golpeó y maldijo, pero no consiguió nada. Con visible nerviosismo
volvió a coger el teléfono.
— ¡Déjame salir maldita sea!
¡Este es mi deseo, la deseo a ella!
—Te dejaré salir. Pero antes
quiero algo a cambio, "quid pro quo"
Allan, "quid pro quo…"
—Está bien ¿Qué es lo que
quieres? Te daré lo que sea, pídeme lo que quieras.
—Algo insignificante, una
pequeñez prescindible…solo quiero tu alma.
©
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