miércoles, 3 de mayo de 2017

PÍDEME LO QUE QUIERAS



Cuando aquel viejo libro cayó en sus manos, pensó que era una señal. La desesperación le había llevado a rebuscar y experimentar entre centenares de ritos, hechizos y conjuros ancestrales. Por el momento ninguno había tenido éxito, y ya ni siquiera obtenía respuesta a las preguntas que le formulaba al desgastado tablero de madera.
Decidido a seguir cada paso que dictaban las ajadas páginas del libro, se montó en su coche sin un destino del todo claro. Condujo por la oscuridad de la noche, adentrándose en la negrura de los intrincados caminos de tierra que daban a la nada. Y allí, en medio de ninguna parte detuvo el coche.
Observó a su alrededor, el viento agitaba las hojas de los árboles haciendo que el silbar de sus ramas  pareciera el triste llanto de almas sin rumbo. En mitad de aquel cruce de caminos, giró sobre sus talones para estudiar cada uno de los cuatro senderos que se abrían ante él.
Esperanzado de que funcionara, se arrodilló en el suelo y sacó una caja metálica del bolsillo. Ojeo una última vez su interior asegurándose de que contenía una foto suya de carnet y un mechón de su pelo.
Con las manos cavó un pequeño agujero en la tierra y enterró la cajita en él. Después con dedos temblorosos abrió la navaja y con una lacerante caricia de su hoja, dejó que esta cortara la palma de su mano. Colocó el puño por encima de la arena removida y con la yema de los dedos apretó con fuerza el corte. Un hilo de sangre se derramó sobre la tierra, la cual aceptó con rapidez el rojo elixir de la vida.
Miraba al suelo con recelo dudando de haber seguido los pasos con exactitud, cuando a su espalda comenzó a sonar un teléfono. Se levantó renqueante, casi a punto de caer de bruces al suelo. Con perplejidad escrutó aquella cabina que sin lugar a dudas hace unos minutos no estaba allí.
Con paso lento se aproximó hasta ella. Alzó la mano para empujar la gruesa hoja de cristal, pero antes de llegar a tocarla, esta se abrió sola. Se adentró en la cabina y antes de coger el auricular miró hacia los lados. La oscuridad de la noche aliándose con la tenue luz de la rectangular urna, convirtió los cristales en espejos que reflejaron su asustado rostro.
Al descolgar escuchó unos estridentes chirridos. Con temor se acercó el auricular al oído.
—¿Diga?
—Dime Allan ¿Cuál es tu mayor deseo? ¿Lo que más deseas en el mundo? Pídeme lo que quieras.
La profunda voz al otro lado del teléfono le hizo sentir un hormigueo en la nuca.
—Quiero…quiero volver a ver a mi esposa.
Unos delicados golpes en el cristal hicieron que se diera la vuelta. Frente a él, nacida de la nada estaba ella. Dejando caer el auricular se precipitó a la puerta, pero esta no se abría. Empujó, golpeó y maldijo, pero no consiguió nada. Con visible nerviosismo volvió a coger el teléfono.
— ¡Déjame salir maldita sea! ¡Este es mi deseo, la deseo a ella!
—Te dejaré salir. Pero antes quiero algo a cambio, "quid pro quo" Allan, "quid pro quo…"
—Está bien ¿Qué es lo que quieres? Te daré lo que sea, pídeme lo que quieras.
—Algo insignificante, una pequeñez prescindible…solo quiero tu alma. 

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