Tiempo.
Todo se reduce al tiempo. Al que perdemos sin darnos cuenta, a ese que pasamos
decidiendo, al que dedicamos a banalidades, aquel que destinamos a personas o
cosas que después no era tan necesarias.
Tiempo
de esperar, de olvidar, de odiar.
Tiempo
que no se detiene, que avanza silencioso entre minuteros y recuerdos del
pasado.
Tiempo
invertido en soñar, en proyectos que no terminaremos por llevar a cabo, en
realidades que a veces ganarán el pulso.
Tiempo
que se va y jamás regresará a nosotros.
El
que desperdiciamos en la búsqueda de esa ansiada felicidad, que se empeña en
jugar al escondite y que al dar con ella, no era como esperábamos, porque en el
camino olvidamos la verdadera meta.
Tiempo
de ganar o perder, de llegar o quedarse atrás, de llorar o sonreír a la vida,
de querer, poder o deber.
Tiempo
de crecer, aprender, madurar, de arrepentirse, de pedir perdón, de escuchar,
callar, de arriesgarse.
Tiempo…solo
tiempo…
Y
sin darnos cuenta, olvidamos los pequeños detalles que nos dan los segundos.
Ese en el que nuestro corazón se paró del susto, el latir acelerado al reconocer
el amor cuando sin querer nos tropezamos con él. Aquel abrazo amigo que nos
calmó el dolor, la caricia sincera que llegó cuando más la necesitábamos.
Minutos
y segundos perdidos en el tic tac de un reloj que no funciona eternamente.
Los
minutos que supone esa infancia que tanto deseamos dejar atrás para ser mayores
y que cuando se va, deja un sabor amargo que nos acompañará siempre. Porque el
tiempo de niñez es ilusión, inocencia, es un juego entre dos niños desconocidos
que se hacen amigos con un "¿Cómo te
llamas?". Porque a esa edad el
miedo dura los mismos minutos, que tardamos en cerciorarnos de que el monstruo
no está bajo nuestra cama.
Tiempo
efímero que en la juventud nos sobra y que con los años nos falta.
Lejana
adolescencia, en la que dejábamos pasar los minutos con la convicción de que al
día siguiente saltaríamos de nuevo a comernos el mundo.
Madurez
sorpresa, que llega de repente y a veces nos borra la sonrisa.
Cercana
vejez, en la que luchamos por cada segundo como si fuera el último, porque
puede que lo sea.
Tiempo,
solo tiempo.
Horas
invertidas en el mañana, en un futuro lejano al que llegar por mil caminos
diferentes y ninguno recto, ni totalmente seguro.
Millones
de minutos destinados a pensar en aquello que sabemos que tarde o temprano
llegará, porque eso es lo que nos depara el tiempo. Y cuando ese segundo se nos
presenta, sin duda, le rogamos a la muerte tiempo, solo un poco más de tiempo…
©
No hay comentarios:
Publicar un comentario