Abro los ojos, una suave
música suena; parecen violines. No puedo moverme pero no siento miedo, estoy en
paz. Me llegan voces lejanas como si gente hablara entre susurros a unos pasos
de mí.
Desde donde estoy veo
flores, incluso puedo oler el perfume de las rosas que me llega como una
liviana caricia de sus pétalos. Alguien llora, pero me es imposible ver quien
es ¿mamá? Quisiera levantarme y salir de aquí, pero algo ata mi cuerpo a este
lugar. Mis mortecinos labios no dejan escapar los gritos de auxilio que tan
alto suenan dentro de mí, muevo los ojos esperando que los que se acercan a
velarme me vean, pero nadie se da cuenta ¡Miradme, estoy vivo maldita sea!
Una súbita bofetada de aire
llena mis pulmones y me elevo de golpe sentándome en la cama, por un momento
aún sigo en esa caja de madera de roble. Ojala fuera una simple pesadilla,
ojala llegue esa noche en la que al cerrar los ojos no reviva una y otra vez el
día de mi entierro.
Temo no despertar y que el
mayor de mis temores vuelva a cumplirse. Hace tiempo que duermo sin pijama y
sobre las sábanas, prefiero el frio de las noches de invierno que la sensación
de estar amortajado.
Desde aquel día muchas cosas
han cambiado, uno no muere todos los días y vuelve para contarlo. Los que me
conocen me miran raro, sé que no son conscientes de ello, pero lo hacen.
Mientras velaban mi muerte me levanté sin previo aviso, como decidiendo que no
quería bajarme de la vida. Algunos se alegran de mi vuelta, otros preguntan si
vi un oscuro túnel, pero son muchos los que se santiguan cuando creen que no
les veo.
Aun siento los fríos labios
de la muerte en mi mejilla y el miedo que me produjo la negrura de aquel rostro
inexistente que da nombre a la mismísima oscuridad. Su voz es familiar, como la
de alguien que te quiere y que al verte perdido solo intenta guiarte y cobijar
tus temores, como una madre acunando el llanto de su bebé. Al tocarme algo de
ella quedó impregnado en mí, fui besado por la parca y cruce la línea que une
los dos mundos, ahora no solo sé que me espera al otro lado, sino que además
vivo con el estigma de haber escapado de la muerte.
Revivir mi entierro cada
noche no es la mayor de mis pesadillas, son peores las que tengo despierto.
Nadie imagina cómo ni cuándo será su adiós y el que vive atormentado por ello,
simplemente pierde el tiempo. Ella no suele avisar, tampoco da oportunidades,
cuando sientes su aliento ya suele ser demasiado tarde para todo.
Al escapar de ella procuró
que no olvidara su gélido abrazo marcando mi vida con el más cruel de los
castigos ¿crees que ver tu muerte una y otra vez es angustioso? Pues déjame
decirte, que eso solo es un mal sueño del que despiertas cada mañana.
Camino por el mundo de los
vivos con un oscuro secreto que a la par que me marchita, me hace apreciar cada
segundo que respiro. Ella siempre está ahí, en cada esquina, en cada tropiezo
del destino, incluso sentada en el sofá de casa, o a los pies de tu cama. Me la
cruzo cada día y veo sus intenciones.
Al principio intenté hacer
algo, avisar de su presencia, pero todos me tomaron por loco y más cuando eran
extraños. Terminé por acostumbrarme y guardar silencio, la mayoría de las
personas no quieren saber y los que sí, se lo toman como un juego. Cada vez que
salgo a la calle y me cruzo con alguien, aunque solo sea un segundo, veo cómo y
cuándo será su muerte. Todo sucede a cámara lenta, como una película que hace
que te agarres a la butaca y grites avisando del peligro que el protagonista no
ve, pero tu voz no suena, porque en realidad no estas allí y ves que ella te
mira, sabiendo que tu si la ves y que no puedes hacer nada.

Sé que aunque intentara
quitarme la vida ella no lo permitiría, me ha convertido en su discípulo y
disfruta viendo que ahora es ella quien se burla de mí. Estoy condenado a vivir
para ver su macabra obra, soy su agónica voz que avisa de un peligro que nadie
más ve, me he convertido en el susurro de la oscuridad, soy el mensajero de la
muerte.
©
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