martes, 16 de octubre de 2018

EL MENSAJERO DE LA MUERTE


Abro los ojos, una suave música suena; parecen violines. No puedo moverme pero no siento miedo, estoy en paz. Me llegan voces lejanas como si gente hablara entre susurros a unos pasos de mí.

Desde donde estoy veo flores, incluso puedo oler el perfume de las rosas que me llega como una liviana caricia de sus pétalos. Alguien llora, pero me es imposible ver quien es ¿mamá? Quisiera levantarme y salir de aquí, pero algo ata mi cuerpo a este lugar. Mis mortecinos labios no dejan escapar los gritos de auxilio que tan alto suenan dentro de mí, muevo los ojos esperando que los que se acercan a velarme me vean, pero nadie se da cuenta ¡Miradme, estoy vivo maldita sea!

Una súbita bofetada de aire llena mis pulmones y me elevo de golpe sentándome en la cama, por un momento aún sigo en esa caja de madera de roble. Ojala fuera una simple pesadilla, ojala llegue esa noche en la que al cerrar los ojos no reviva una y otra vez el día de mi entierro.

Temo no despertar y que el mayor de mis temores vuelva a cumplirse. Hace tiempo que duermo sin pijama y sobre las sábanas, prefiero el frio de las noches de invierno que la sensación de estar amortajado.

Desde aquel día muchas cosas han cambiado, uno no muere todos los días y vuelve para contarlo. Los que me conocen me miran raro, sé que no son conscientes de ello, pero lo hacen. Mientras velaban mi muerte me levanté sin previo aviso, como decidiendo que no quería bajarme de la vida. Algunos se alegran de mi vuelta, otros preguntan si vi un oscuro túnel, pero son muchos los que se santiguan cuando creen que no les veo.

Aun siento los fríos labios de la muerte en mi mejilla y el miedo que me produjo la negrura de aquel rostro inexistente que da nombre a la mismísima oscuridad. Su voz es familiar, como la de alguien que te quiere y que al verte perdido solo intenta guiarte y cobijar tus temores, como una madre acunando el llanto de su bebé. Al tocarme algo de ella quedó impregnado en mí, fui besado por la parca y cruce la línea que une los dos mundos, ahora no solo sé que me espera al otro lado, sino que además vivo con el estigma de haber escapado de la muerte.

Revivir mi entierro cada noche no es la mayor de mis pesadillas, son peores las que tengo despierto. Nadie imagina cómo ni cuándo será su adiós y el que vive atormentado por ello, simplemente pierde el tiempo. Ella no suele avisar, tampoco da oportunidades, cuando sientes su aliento ya suele ser demasiado tarde para todo.

Al escapar de ella procuró que no olvidara su gélido abrazo marcando mi vida con el más cruel de los castigos ¿crees que ver tu muerte una y otra vez es angustioso? Pues déjame decirte, que eso solo es un mal sueño del que despiertas cada mañana.

Camino por el mundo de los vivos con un oscuro secreto que a la par que me marchita, me hace apreciar cada segundo que respiro. Ella siempre está ahí, en cada esquina, en cada tropiezo del destino, incluso sentada en el sofá de casa, o a los pies de tu cama. Me la cruzo cada día y veo sus intenciones.

Al principio intenté hacer algo, avisar de su presencia, pero todos me tomaron por loco y más cuando eran extraños. Terminé por acostumbrarme y guardar silencio, la mayoría de las personas no quieren saber y los que sí, se lo toman como un juego. Cada vez que salgo a la calle y me cruzo con alguien, aunque solo sea un segundo, veo cómo y cuándo será su muerte. Todo sucede a cámara lenta, como una película que hace que te agarres a la butaca y grites avisando del peligro que el protagonista no ve, pero tu voz no suena, porque en realidad no estas allí y ves que ella te mira, sabiendo que tu si la ves y que no puedes hacer nada.

Vivo contando los días que me quedan con los míos, también intenté que el destino no les alcanzara, pero es imposible. He visto morir a todos y cada uno de ellos y son imágenes que jamás se borran de mi mente, se quedan grabadas y me apuñalan como una culpa oxidada que se clava en mi pecho cuando llega ese día en el que ella, me mira sabiendo que la esperaba.

Sé que aunque intentara quitarme la vida ella no lo permitiría, me ha convertido en su discípulo y disfruta viendo que ahora es ella quien se burla de mí. Estoy condenado a vivir para ver su macabra obra, soy su agónica voz que avisa de un peligro que nadie más ve, me he convertido en el susurro de la oscuridad, soy el mensajero de la muerte.

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