martes, 27 de noviembre de 2018

LÁGRIMAS


Vine a este mundo como la mayoría, llorando. Como si ese primer exhalo de vida que damos fuera angustioso, como si en el fondo supiéramos que en ese momento pertenecemos al mundo, que ya somos vulnerables a las decepciones, a los traspiés de la vida, al amor, la traición.

Durante un tiempo somos inmunes, pasamos de mano en mano, nos acunan con el amor más verdadero que existe, el amor de una madre. Pero pronto vuelve el llanto, ese primer diente que se abre paso desde dentro, que nos enseña un dolor nunca antes experimentado, una pequeña muestra de lo que vendrá, pero que la inocencia y el afán por descubrir borra de nuestras mentes aun fértiles de saber.

Caminamos sin miedo, riéndonos del riesgo con una sonrisa desdentada porque no le conocemos, no somos conscientes del dolor que acecha, si nos caemos nos levantamos, solo mamá pone los límites. Solo ella tiene el poder curativo de acallar nuestro llanto con su voz, de sanar las heridas con la suave magia de sus manos.

Todo es juego y carantoñas hasta que llega esa primera despedida. Esa sensación de abandono que nos devuelve a la salada tristeza que perla nuestros ojos y nos humedece las sonrojadas mejillas ¡Qué desconsuelo, que soledad! Tener que abandonar los cálidos brazos de nuestra protectora, para rodearnos de desconocidos de nuestra misma estatura y que lloran con desconsuelo como nosotros.

La pena dura justo lo que dos niños tardan en hacerse amigos, es entonces cuando la tragedia se torna de no querer ir al colegio a no querer despedirse de los nuevos compañeros.

Crecemos deseando ser mayores, creyendo que la respuesta a todo está en dejar de ser niños. Ansiando una libertad que pensamos coartada por gusto, por el miedo de unos padres que temen que la vida nos alcance. Y comenzamos a volar mirando la caída con emoción, porque nosotros no caeremos al vacío, nuestra meta está más allá de donde alcanza la vista, de lo que ocultan las nubes.

Todo es tan duro en la adolescencia, nadie nos comprende y solo nos ponen zancadillas con la única intención de decirnos «ves, te lo dije». Nos convertimos en almas incomprendidas que encuentran la solución en la rebeldía, sin darnos cuenta que abrimos la puerta a un desconocido, la sociedad. En silencio ella nos corrompe dando pinceladas aquí y allá, pintando diferentes cuadros que ante nuestras ganas de encontrar nuestro sitio, nos llevan a experimentar con nuevos colores y a veces, a mancharnos las manos.

Es admirable cómo luchamos por nuestras creencias a esa edad. Cómo sin miedo y a pecho descubierto corremos hacia lo que creemos es la única verdad. Qué necios e inocentes somos. Que incautos, qué ataviados con una mochila llena de sueños nos pensamos invencibles.

Es el primer amor el que nos demuestra que nuestro escudo forjado con indiferencia, no sirve de nada contra las flechas de Cupido. Olvidamos todo lo demás, abandonamos la lucha por un tiempo y los portazos se convierten en sonrisas repentinas, las canciones cobran un sentido diferente que, sin duda, expresan lo que sentimos. El mundo adquiere un color distinto coloreando esa oscuridad que acecha en la soledad de nuestra habitación. Pero el destino es esa neblina que a veces se empeña en que avancemos por otro camino y por mucho que nos obcequemos en amar a una persona en concreto, una vez más, la vida nos enseña que no somos dueños de nuestro sino.

Así es como nos rencontramos con las lágrimas, como el llanto desconsolado vuelve a nuestra alma que sin darse cuenta, comienza a anhelar esa inocencia, esa niñez ya casi perdida. Cuando nos percatamos de que el otoño de la vida no es tan idílico como no habían hecho creer, corremos indefensos bajo el ala protectora de mamá, que sin duda ni reproches, nos espera con los brazos abiertos.

 A lo largo de la vida lloramos en incontables ocasiones, a veces no solo de tristeza, siempre hay una luz en medio de la oscuridad. Las lágrimas forman parte de nuestro crecimiento, de nuestro día a día. Todos lloramos alguna vez, quien diga lo contrario miente y quien guarde rencor por quien le hizo llorar, aún no ha entendido que esas perladas gotas rebosantes de sentimientos, de vivencias, marcan con su húmedo camino el transcurso de lo que nos convierte en sobrevivientes, en luchadores. Que son la diferencia entre una emoción o una amarga tristeza. Son las lágrimas las que nos gritan que estamos vivos y que vivimos para sentir un día más.

He tardado en darme cuenta, pero ahora tumbada en esta cama, con el sudor resbalando por mi cara, dolorida por el gran esfuerzo que aun agarrota todos mis músculos, lloro como nunca antes lo hice. Mis ojos se inundan de alegría líquida, mientras algo en mi pecho me grita que aquí es donde comienza otra nueva vivencia. Sonrío embobada escuchando tu primer llanto, viendo cómo te retuerces descubriéndote en este mundo. A mí aun me queda por llorar, lo sé, yo estuve en tu lugar y justo en este momento entiendo a mi madre. Tú tranquilo, mi niño, que acabas de llegar, no temas por las lágrimas, que mamá estará siempre aquí para secarlas. Llora mientras puedas, que ya sean penas o alegrías, las lágrimas son lo que riegan la flor de la vida.

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