Cuando el mundo estalló en pedazos, los seres humanos
quedamos divididos. De los soñadores osados fue el futuro, aquella tierra por
siempre incierta. En el pasado quedaron recluidos todos los nostálgicos, que
entre llantos y risas marchitas por el paso del tiempo, vivían sus descoloridos
días.
Acorralados en el presente
se encontraron los indecisos, donde el abismo del pasado susurraba a sus
espaldas, las cuevas del futuro les prometían un mañana nuevo y frente a ellos,
como un mar abierto a lo inesperado, quedaba ese salto de fe hacia lo inmediato,
que llamaron el acantilado Carpe Diem.
También se hablaba de que
entre los frondosos bosques del ahora, corrían sin descanso unos pocos
valientes, que negándose a pertenecer a un solo momento y sin temor a los minutos,
avanzaban por los inhóspitos caminos del destino con la esperanza de alcanzar
un lugar lejos de los recuerdos tristes, la indecisión del sí o no y los sueños
de un mañana, que quizá nunca llegarían a ser como esperaban.
Estos últimos se alzaron como
héroes, líderes de una nueva generación de rebeldes, a los que el tiempo era
incapaz de frenar. El miedo jamás atenazaba sus corazones, ni detenía el avance
de sus actos impulsivos, caminaban desprovistos de escudos, con el pecho por
delante y los ojos puestos en el frente, dispuestos a defender su credo,
preparados para morir en nombre del “aquí y ahora”.
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Profundo pensamiento exquisitamente presentado
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