lunes, 28 de mayo de 2018

PONGAMOS QUE HABLO DE TI



Vuelvo a ti, no siento vergüenza ni arrepentimiento por haberte abandonado, pero vuelvo incapaz de soportar estar lejos de ti.

Te dejé sin querer, sin pensar en lo duro que sería dejarte atrás, sin ser consciente de lo mucho que te echaría en falta, pero era necesario. Quise regresar tantas veces…pero supongo que el saber que me esperarías, me hizo ser más fuerte en mi decisión.

Tú, que siempre fuiste mi cobijo en las noches tristes con esas fiestas interminables en Tribual. No olvido los paseos de resaca por El Retiro, dando cabezadas a pleno sol en aquellas barcas, que sin llevarme a ningún sitio me hacía viajar. Las carreras por el metro de Plaza Castilla porque el tren se iba sin nosotros, las risas entre toda esa gente tan distinta, aquel hombre con su acordeón cantando clavelito.

Parece que fue ayer, cuando dispuesta a comerme el mundo cogí mis maletas llenas de ilusión y me monté en aquel avión que salía de Barajas. Aún recuerdo el escalofrío que sentí al despegar, la despedida que me negué a darte por miedo a terminar llorando, a pensármelo dos veces y echarme atrás.

Desde la lejanía no paraba de pensar en que estaría pasando en casa, en si todo seguiría igual, si alguien notaba mi ausencia ¿Qué egoísta verdad? Yo que me fui buscando un futuro, una vida nueva en la que sentirme grande, en la que dejar mí huella.

Quizás fue la presión o, puede que la soledad de un país que no era el mío. No te haces una idea de lo distinta que es la gente, los madrileños tenemos ese carácter, esa simpatía que nos hace hablar con extraños sin pudor, sin la frontera de los idiomas.

Las primeras noches bajo ese cielo foráneo de estrellas desconocidas, me mantuve en vela. No quería dormir, no quería soñar con un lugar que al despertar se desvanecería, dejándome solo un terrible sabor a nostalgia en la boca.

El amanecer me sorprendía con la cama repleta de fotografías, de recuerdos imposibles de olvidar que conseguían arrancarme una sonrisa. Cuantas veces tuvimos que repetir la maldita foto, empeñados en que pareciera que sostenía entre mis manos las Torres Kio.

La cara de pánico de mamá al subir al pirulí, no solo quedó inmortalizada, sino que además la enmarcamos y aún sigue en la pared del salón, es imposible verla y no echarse a reír. También estaba esa otra en la que con pose seria salgo junto al gran Cervantes, entre medias de Don Quijote y su fiel escudero Sancho Panza.

Los domingos en el Rastro de Cascorro y el bocata de calamares que venía después en la Plaza Mayor, a la sombra de Felipe III. Y es que los americanos llenaran su ciudad de luces navideñas, pero no es nada comprable con pasear por la abarrotada calle Preciados y bajar Arenal, para un año más, retroceder a la infancia y quedarse embobado viendo moverse los muñecos del Cortilandia. O los doce deseos con pequeñas pepitas que engullimos cada fin año frente a la Puerta del Sol, bajo las luces del cartel de Tío Pepe y rodeados de desconocidos con los que terminabas celebrando la fiesta como si fueran de tu familia.

Ahora, diecisiete años después, vuelvo a tu lado y sé que muchas cosas habrán cambiado, pero tú no. La Puerta de Alcalá me recibe y una sonrisa tímida acude a mis labios, al sentir de nuevo ese primer beso bajo uno de sus arcos. Reprimo las terribles ganas de sacar la cabeza por la ventanilla y gritar ¡He vuelto!


Tenía que regresar, devolverte parte de lo que me diste. Sin duda hubo días grises empañados por las lágrimas, pero los felices siempre se alzaron victoriosos quedado grabados en mi corazón. No podía negarle a la criatura que llevo en mis entrañas el placer de conocerte, de corretear por Bravo murillo, Tetuán o Cuatro Caminos, por esas calles que vieron crecer a sus bisabuelos, abuelos y a mí misma.

Vuelvo a ti para cerrar el círculo, para traer al mundo a mi pequeño, un niño más que la Paz vera nacer. Regreso con la idea de no abandonarte nunca más, de pasar los días que me queden entre las avenidas y monumentos de mi ciudad.

Sin esperar menos de ti, me acoges como si jamás me hubiera ido. Me arropas con tu cielo, con ese abrazo perfumado que me dice que estoy en casa. Con el caos, las prisas y esas aceras que han visto de todo, pero guardan el secreto.

Tú que me dejaste ir sabiendo que tarde o temprano volvería. Que fuiste la primera en enamorarme sin que me diera cuenta. La misma que me vio crecer, llorar y reír a carcajadas, que pusiste al amor de mi vida en mi camino.

Esa a la que Miguel Hernández, Góngora, Blas de Otero y Antonio Machado dedicaron algunos de sus versos. Que vivió una guerra y lejos de perderse entre el humo y los escombros, resurgió de sus cenizas.

Podremos dejarte, pero no olvidarte, siempre viajas con nosotros por muy lejos que vayamos. Hablo de ti, de la que menciono con orgullo allí donde voy, porque somos una ¿Qué de quien hablo? Pongamos que hablo de Madrid.

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